Aventura entre el populacho

-¡Que miedo! ¡que horror!- eran pensamientos que invadían sin cesar mi cabeza. -¿Llegaré? ¿me perderé?- es probable que me pierda por que la mente elusiva que Dios me dió me juega esos trucos constantemente.
Ante este problema, la existencia de un nuevo amigo me salvó de mi abismo. Al menos, me acompañó hasta el punto de reunión de la perrada, y espero conmigo el inicio de mi acontecido viaje.
Era la primera vez que mi cuerpo solitario se entregaba por completo al medio del transporte público. Me hallaba temerosa e indecisa de si esta era la mejor decisión. Le pregunte a la honorable dama que se sentaba a mi lado que cómo se bajaba uno de ese vehículo, al llegar al destino requerido. Ella amablemente me contesto que me dirigiera hacia la base (que sonaba como si hubiese tomado una nave espacial), y que de ahi transbordara (¡de nuevo! el espacio sideral) para lograr mi cometido.
Seguí el sabio consejo de tan maternal figura, y me embarque en mi siguiente aventura. El transbordar, no fue tan difícil, a pesar de que tuve que ser escurridiza entre varios tenderos ansiosos de vender sus triques.
Estuve a punto de errar en mi camino, al tomar un rumbo que no favorecía mis necesidades, pero pronto la lógica se apoderó de mi, y volví a la senda correcta. Después de eso, todo sería un pan con queso, mantequilla y demás sabores acaramelados.
Pero... ¡¡oh no!! al salir del segundo pasaje colectivo, en el único lugar donde estaba segura que no me iba a perder, ¡me desorienté! y dí un montón de vueltas como perrito oliendo su cola, tratando de ubicar mi paradero. Unas preguntas y desorientadas después, me hallé en mi mantita de la seguridad y volví a sonreir; Había sobrevivido a mi primer experiencia de transporte público, por mis propios medios.

Nota adicional, fuera de tema: Me inquieta el pensar que flirteo con alguien de esta manera tan evidente. ¡No puedo estar haciendo eso! ¡Estoy en cuarentena!